Por Isrrael A. Sotillo I.
Cualquier ocasión es oportuno para traer a la arena del debate y la discusión política e intelectual a Zigmunt Bauman, quien falleció hace pocos años en Leed, al norte de Inglaterra. Había nacido en Poznan, Polonia, ciudad ubicada a orillas del río Varta, en el año 1.925.
A los veinte años se alistó en el ejército polaco, que los soviéticos controlaban, para cumplir funciones de instructor político. En esos años tenía lugar la Segunda Guerra Mundial, tiempo que Bauman aprovechó para estudiar sociología en la Universidad de Varsovia, mientras prestaba el servicio militar, pero la carrera fue suprimida por los burgueses polacos de aquel entonces.
Bauman, es conocido como sociólogo, filósofo y ensayista. Fue marxista y nunca renegó del marxismo. Es notoria en él la influencia de Antonio Gramsci. Su obra se inicia en la década de 1950, y en ella se dedica, entre otras cosas, a temas de relevancia intelectual y académica, como el de las clases sociales, el socialismo, el holocausto, la hermenéutica, la modernidad, la posmodernidad, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza.
Bauman fue hombre de controversias en su campo de saberes. En la sociología causó agitación su afirmación acerca de que el comportamiento humano no debía explicarse primariamente por la determinación social o discusión racional, sino más bien desde la perspectiva de que hay un impulso innato, presocial en los individuos.
Según Bauman, la modernidad en su forma más desarrollada requiere de la derogación de las interrogantes y de las incertidumbres. Requiere de un control sobre la naturaleza, de una jerarquía burocrática y de más reglas y regulaciones para hacer aparecer los aspectos caóticos de la vida humana como organizados y familiares. Sin embargo, estos esfuerzos no terminan de lograr el efecto deseado, y cuando la vida parece que comienza a circular por carriles predeterminados, habrá siempre algún grupo social que no encaje en los planes previstos y que no pueda ser controlado. El legado filosófico de Bauman abarca unos cincuenta y siete libros y más de un centenar de ensayos. A Bauman se le ubica como un pensador “postmoderno”, aunque el término de posmodernista no le iría, muy bien, debido a que él usa los conceptos de modernidad sólida y modernidad líquida, para especificar dos caras de la misma moneda, reflexiones éstas que nos recuerdan al Dios Jano de la mitología griega con sus dos caras, con sus comienzos y sus finales.
Con Bauman pudiéramos entender mejor y con otra perspectiva el fenómeno de la migración de miles de venezolanos hacia otras naciones de América Latina. En uno de sus trabajos, “Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias”, el filósofo polaco emprende sus estudios para precisar una de las consecuencias ineludibles de la modernidad que no es otra cosa que aquella realidad que nos deja como resultado, desechos; pero que en este caso se trata de desechos humanos, producto de las migraciones y la globalización. Bauman sostiene que el flujo de poblaciones no se puede reabsorber y está comenzando a ser un problema serio para diferentes partes del mundo. El problema de la migración se ha ido convirtiendo en uno de los principales temas de la agenda dentro del grupo que hegemoniza el planeta. Bauman afirma que la producción de “residuos humanos” constituye una consecuencia inevitable de la modernidad.
Fue preocupación de Zigmunt Bauman, la convivencia humana, cómo convivir con los otros; para él este es un problema omnipresente de la sociedad occidental. Bauman presenta las principales estrategias que son utilizadas con ese objetivo: la separación del otro, excluyéndolo, es conocida también como estrategia émica; asimismo, la asimilación del otro despojándolo de su otredad, que se razona como la estrategia fágica, y la Invisibilización del otro para que desaparezca del propio mapa mental.
Debemos detenernos en la categoría Baumaniana de la Sociedad de Consumidores, que es uno de los últimos servicios de la “ética del trabajo”, aquella cruzada siniestra que pretendía imponer el control y la subordinación de los trabajadores al capital. Se trataba de una lucha por el poder en todo, salvo en el nombre; una batalla para obligar a los trabajadores a aceptar, en homenaje a la ética y a la nobleza del trabajo, una vida que ni era noble ni se ajustaba a sus propios principios de moral”. La ética del trabajo era un absurdo, una verdadera impertinencia; culpabilizar a los pobres de su pobreza gracias a su falta de disposición al trabajo y, por lo tanto, su inmoralidad y degradación personal, lo que derivaba como un merecido castigo por los pecados cometidos.
Da para más. Adentrarse en la obra de Bauman, es hacernos de poderosas herramientas para develar las trampas de la modernidad. En la nueva estética del consumo, por ejemplo, se capta las clases que concentran las riquezas pasan a ser objetos de adoración, y los “nuevos pobres” son aquellos que son incapaces de acceder al consumo y a la novedad del sistema capitalista.
Digno de aclaratoria, es que esta analogía se hace porque en el libro “Trabajo, consumismo y nuevos pobres”, Zigmunt Bauman, señala que en el pasado se discriminaba a los incapaces, es decir, a quienes no podían trabajar debido a su avanzada edad o a alguna deficiencia o discapacidad; estas personas no podían trabajar debido a su condición y por tanto eran considerados “inmorales”, ya que se concebía al trabajo como señal de “moralidad”, y estos personajes no contaban con ella. Para alcanzar los placeres de una vida “normal”, se necesita dinero, y los pobres se encuentran ante un escenario de consumo rapaz y con la incapacidad de solventar los estándares del consumo: «Nada calmará el dolor de la inferioridad evidente».
Zygmunt Bauman, criticó el impacto de las redes sociales sobre el individuo en diferentes artículos de prensa publicados poco antes de su fallecimiento. Según este sociólogo, aparentemente, las redes sociales constituyen una herramienta para crear una comunidad propia, pero lo que realmente se genera es una comunidad “sustituta” donde no se necesitan habilidades sociales. Son áreas de confort, donde no hay diálogo real, ya que la comunidad creada se realiza a medida del individuo, y por tanto no existe la controversia o el conflicto. Así, su colectivo es seleccionado según su necesidad, de forma que es fácilmente escogido o eliminado con un simple “click” de ratón y el capital afectivo que se medirá por el “numero de contactos” que se tiene en las distintas cuentas de Facebook, Twitter, Instagram y otras. Así, el diálogo en las redes sociales sería un lugar para encerrarse de forma confortable y “escuchar el eco de la propia voz”.
Para Bauman las relaciones por Internet se convierten en el modelo que se exporta al resto de relaciones de la vida real. De hecho más que relaciones se buscan conexiones, ya que estas no necesitan de implicación ni profundidad; en las conexiones cada uno decide cuándo y cómo conectarse, y siempre puede pulsar la tecla suprimir.
Todas estas críticas, se ajustarían a su concepto de «modernidad líquida» donde la integración de la persona se realiza en una sociedad global pero sin identidad fija, obligando a una adaptación continua, por lo que se depende continuamente de la presencia del otro que ratifica nuestra identidad y nos permite «ser vistos».
Para no hacerles demasiado extenso el documento, ya que lo que pretende es ser, tan sólo, un breve estudio sobre Zigmunt Bauman, y su obra; finalizo este opúsculo con una referencia sucinta al amor líquido, concepto creado por Bauman, y desarrollado en su obra con el mismo título “Amor líquido”. Allí Bauman, se adentra con su fortaleza intelectual y nos habla acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, para describir el tipo de relaciones interpersonales que se desarrollan en la posmodernidad. Éstas, según el autor, se caracterizan por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso. Aunque el concepto suela usarse para las relaciones basadas en el amor romántico, a criterio de Bauman los vínculos duraderos despiertan ahora la sospecha de una dependencia paralizante, no son rentables desde una lógica del costo-beneficio. Como es natural esto también afecta nuestra sexualidad, que una vez liberada del amor se condena finalmente a la frustración y la falsa felicidad.
Este brillante analista del mundo contemporáneo, que dice haber aprendido más de Jorge Luis Borges, que de ningún sociólogo acerca de la incurable ambivalencia de la condición humana, se mostró a favor de una conciencia ecológica planetaria y una ética de la responsabilidad. Apeló también a la necesidad de una mayor solidaridad mundial, pero insistía en mostrarnos hasta que punto no estamos ante un problema de otros seres humanos, de parias y extranjeros, que según él no son “los otros” el problema, somos “nosotros”, ya que formamos parte del problema y estamos destinados a percibir de forma cada vez intensa las consecuencias perversas de la modernización.
El pensamiento de Zigmunt Bauman, que no es pesimista, está a disposición de toda aquella y de todo aquel que quiera adentrarse en su conocimiento. Abundan trabajos acerca de su vida y obra.
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